Publicado hace 6 años (31/03/2006 09:27:22)
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Ahora bien, darle a los sucesos de septiembre y octubre del 2003 el carácter de una revolución sería muy complicado puesto que no fue conducida por ningún líder en especial y bajo ningún programa alternativo de sustitución del modelo. Aunque el MAS tenía un cierto programa nacionalista de izquierda no tuvo el protagonismo que si tuvieron las organizaciones, principalmente vecinales, de El Alto a las que se plegaron el resto de los sectores sociales, incluido el MAS.
Las agencias noticiosas internacionales en su mayoría le atribuyeron al líder cocalero la conducción del movimiento que derrotó al gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. Eso provocó que el MAS adoptara un perfil acorde a la brecha que se abría. La consigna nacionalista demandaba un líder que encarnase su bandera. Ese líder fue Evo Morales.
Morales logró sintetizar en su persona la posibilidad de cambio, ante la clase media urbana, y de reivindicación, ante las clases indígenas. Estos dos elementos centrados en un nacionalismo renovado (en el sentido de continuar algo interrumpido) sobre la base de antiguas propuestas del nacionalismo revolucionario del pasado siglo: equidad social, reforma agraria, nacionalización de recursos no renovables (evidentemente el problema de las minas se ha desplazado a los hidrocarburos).
Así, Guillermo Bedregal decía el año pasado en una entrevista con Cayetano Llobet, que el nacionalismo revolucionario seguía presente, que los nuevos movimientos ni siquiera eran originales en el lenguaje que empleaban para describir a sus rivales con otro término que no sea el de “partidos tradicionales” acuñado por el MNR. Pasadas las elecciones ciertamente ese nacionalismo revolucionario en su forma más honesta lo pudimos ver encarnado en la figura de Andrés Solíz Rada, ahora ex Ministro de Hidrocarburos.
El nacionalismo revolucionario realmente sigue siendo un parámetro importante en el ámbito ideológico porque responde a problemáticas reales (control de recursos estratégicos en manos privadas sin ganancias apreciables, uso de fórmulas ineficaces o eficaces solo para los intereses de los proponentes, enajenación social, racismo, desinstitucionalización, etc.). Lo que ya no es parámetro de nada es el MNR que los últimos años se encargó de ser el símbolo de lo antinacional y ariete de la contrarrevolución (o restauración, o como quieran llamarle). Ahora bien, una diferencia apreciable, el nacionalismo que propone el MAS está más identificado con la izquierda contemporánea que el MNR con la de su mejor época.
Al frente tiene a los bloques que pareciera que se reproducen en una suerte de arcaísmos. Por un lado la derecha pro-extranjera de PODEMOS, a la que llamé en el número pasado la “nueva Concordancia” haciendo referencia a la unión de los partidos tradicionales a finales de la primera mitad del siglo XX que se fundieron en un intento de sobrevivir el holocausto político. Por otro lado los sectores de la izquierda trotskista (cuyo último refugio es el magisterio urbano) y los movimientos sociales sindicalizados; los primeros que persisten con la idea de un gobierno obrero-campesino y la revolución permanente, y los segundos, con ideas sectaristas inconciliables con una visión de país a largo plazo.
En este panorama cabe identificar algunas de las características del problema del pensamiento colonialista principalmente en las elites que se puede identificar como antinacional y responsable del fracaso de los anteriores modelos.
Isaac Bigio, experto de la London School of Economics, decía en una ocasión que en Bolivia las elites desprecian al país que les ha enriquecido. Nada más cierto. Desde la fundación de la república los criollos no dejaron de ver a Europa como la tierra prometida. Según Rafael Bautista (en Octubre: el lado oscuro de la luna) la lógica de la clase criolla boliviana sigue la de la dialéctica del Amo y del Esclavo, en la que “el ‘esclavo’ que nunca deja de serlo, ni con su libertad, necesita por ello, perseguir la libertad ajena, porque su única experiencia de vida es la negación de la libertad y cree que la vida consiste en eso”. Salvo excepciones, para hacer dinero o tener mejores oportunidades en Bolivia uno de los requisitos ha sido ser blanco o no-indio. Hay que añadirle a eso que el criollo no solamente es un liberto con conciencia de esclavo sino que además es una figura inconstante, no sienta tradición. Por eso muchos de los oligarcas han hecho maletas y fugado en cuanto las cosas se han puesto feas, para darle paso a una nueva camada de explotadores provenientes del extranjero y quienes rápidamente se acomodan a las circunstancias.
Eso denuncia algo, la propia incapacidad de las elites de tomar definitivamente el control y sentar hegemonía, su naturaleza propiciada no por ellas sino por las “circunstancias”, y por su constante desapego al interés nacional global con el que evita la asunción de un movimiento contra-hegemónico. Esa es la encrucijada, bastantemente difundida, del empate catastrófico.
Por otro lado contiene en su historia aspectos muy negativos, como sus lazos estrechos a las dictaduras, su cultura autoritaria y su innegable propensión a la corrupción.
Hace poco tiempo llegó a mis manos un documento de Bernard Inch, muy indignante respecto a la problemática de la identidad. Inicialmente afirma que vivimos un giro político que deja a todos en un punto cero desde el que se puede proyectar el futuro, partiendo de él mismo: “poco importa que yo tuviese un pasado enefero-mirista”, dice. (Una chirigota. Por gana y gusto Bernard Inch tira por la borda la historia y se equipara a nacionalistas consecuentes como Andrés Solíz Rada.)
Después, señala al neo-liberalismo “social” y la socialdemocracia “moderna” como centro ideológico fuera de los cuales aparecen el conservadurismo y el socialismo de mercado, como derecha e izquierda radicales, respectivamente. De este modo tenemos a Europa y Estados Unidos como centro y los demás como radicales. Así, no hay ningún problema en el mundo y simplemente la discusión entre las tendencias de centro son más composibles que las de los extremos. A fin de cuentas todos se creen centro. Olvida totalmente donde estamos.
Tipifica al MAS como indígena-comunista, indígena-leninista e indígena-estalinista enmarcado en un afán absolutista. ¿Qué hubiera dicho este señor si entraba el MIP a la cabeza de Felipe Quispe?, ¿tendrá el genio de crear más adjetivos sobre la magnitud de la redicalidad? (atomizadores, ultras, etc.)
Dice que el incluir, desde el punto de vista del criollo, al sector indígena excluido es un “complejo” de inclusión. Claro, el ser excluido o incluido es para él un “relativismo”. El excluido es ahora el blanco o el no-indio. Debo haber imaginado los apelativos de indio, cholo y mugroso, como hace poco “creo” escuché en el micro, ¿no señor Inch?. O debo haber imaginado que oí decir a muchas personas que “lo maleantes e ignorantes [de los indios] lo llevan en la sangre”.
Señala que las migraciones serían perniciosas y provocarían un “separatismo involuntario”: “Los cruceños no son separatistas, sin embargo son empujados a ello por una ‘inmigración mayoritaria’ agresivamente modificadora de los ‘valores y símbolos’ cambas de influencia racial y cultural altamente hispánica” –la cursiva es mía. ¡Caramba!, Bolivia estaría bien si cada quien se mantuviera de su lado. Los aymaras y quechuas, desde esta perspectiva, tienen la osadía de pedir tierra improductiva para trabajar. Tierra que no la trabajan los pobres terratenientes acosados por las hordas de salvajes que quieren pervertir su tradición. Habla de la identidad originaria, como si por ella tuvieran los indígenas más poder que el dinero, los medios de comunicación y las influencias de un sistema político estructurado por la plutocracia. ¿Cuántos de los hombres de la elite cruceña tienen familias de hace más de cien años en Santa Cruz?, ¿cuántos de los potentados terratenientes no fueron favorecidos con tierras fiscales en las dictaduras militares y gobiernos de la derecha?, ¿cuántos no estuvieron ligados al MIR, MNR, ADN y FNR causantes de lo que el mismo Inch denomina negativamente “la capitalización ultra-liberal”?, ¿cuántos no abrieron la boca cuando se despedían 30 mil trabajadores mineros en 1985?, ¿cuántos no recibieron créditos “especiales” del banco industrial?, ¿cuántos pagaron esos créditos? Hagan sus cuentas y veremos cuanta cultura e identidad “propia” queda.
En la mente simplificadora de Bernard Inch la historia ya no cuenta, hay que dejar de lado las ideas separatistas y racistas del siglo XX (y más atrás), las prebendas, el nepotismo y la corrupción, y lanzarse al futuro “de cero”.
Hay que recordar en este punto que la actual coyuntura regionalista cruceña es producto, en parte, del trabajo logrado concientemente por la agrupación Nación Camba. El mismo Sergio Antelo lo reconoció en un diálogo con Roberto Barbery, de tal modo, que encajaba perfectamente con el planteamiento teórico de Anthony Smith, quien indica que los nacionalismos son el resultado del trabajo de intelectuales que rescatan viejos elementos histórico-simbólicos, en una suerte de trabajo arqueológico, que ponen en vigencia luego para movilizar a las masas. El mismo nombre de “media luna” es sintomático de esto (como señala Rafael Bautista en el texto mencionado).
Inch acusa a los “teóricos del MAS” de proponer una clasificación con categorías racistas ligadas al purismo indígena (sin citar al “teórico” que incurrió en esa barbaridad) olvidando que, líneas arriba, defendía “los ‘valores y símbolos’ cambas de influencia racial y cultural altamente hispánica” de la “inmigración (...) agresivamente modificadora”.
Para Inch “la prioridad es permitir la “institucionalización” de las diferencias, de las diversidades, retroalimentando la unidad nacional”, ojo que Inch no dice “respetar” sino “institucionalizar”, es decir, y vuelvo con esto, que cada quien se mantenga de su lado para que no hayan problemas. Ustedes en su situación, nosotros en la nuestra. En realidad con el señor Inch en el fondo no hay ningún problema si cada quien esta donde corresponde, no decían eso los teóricos del apartheid.
“Los viejos partidos ya no sirven, no es un problema de personas, es un problema de los tiempos actuales”. “No es un problema de partidos o transfugios”. Siendo así, dejemos pues que el tiempo pase, tal vez un tiempo más “afortunado” nos espere a la vuelta del minutero. Sin embargo no olvidemos que Bernard Inch es un consecuente tránsfuga cuya última derrota política (candidateaba para senador por Unidad Nacional) la sufrió precisamente ante un masista, Santos Ramirez, quien a todas luces goza de mayor legitimidad ideológica para representar a Potosí sin coloniaje mental.
Por otra parte no sólo las elites tienen un corte antinacional. Fruto de este esquema hegemónico, los analistas políticos de derecha y nuestros políticos “letrados” emplean frecuentemente en sus evaluaciones de la situación, comparaciones y alusiones con elementos de la historia europea, para cualquier detalle (a García Linera le llamaron Robespierre). El pensamiento universal no es, en absoluto, negativo en sí; pero es útil solamente mientras no se pierda la ubicación. Sería ridículo pensar que por ser nacionalistas se tenga que evitar la cultura. Pero es otra cosa que se pretenda sacar conclusiones o reglas de acción por pura analogía con sociedades que no comparten ni la historia ni la composición social con las nuestras. Ese es el problema del fracaso de las recetas neoliberles (en la economía) o las políticas educativas (como la última Reforma educativa); y la fortaleza de las posturas nacionalistas que han estado orientadas a descubrir, aunque sin gran éxito aún, aquello que Alexis Pérez identifica como necesidad: el descubrimiento de la Bolivia profunda .
Del mismo modo se estrangula el análisis con el uso del cliché regionalista. Por ejemplo en la actual y falsa disputa entre oriente y occidente se declara que en La Paz la gente define a Santa Cruz “con mucha ligereza y bastante ignorancia” (La Prensa 1-10, p. 15A) por el primer anillo, es decir, como una región de ricos y oligarcas. Absurdo, los “kollas” sabemos bien que Santa Cruz tiene una composición diversa, a tal punto, que uno de esos componentes con mayor presencia es “kolla”. Pero sabemos también que quienes se atribuyen la representación de Santa Cruz con apariencia de mayor legitimidad son aquellos que nunca ganaron una elección popular: como los representantes del comité cívico Pro Santa Cruz y los empresarios, especialmente, de la CAINCO, que todo el tiempo hablan de democracia pero que no la practican en sus instituciones y que gozan, es perfectamente entendible dado el trabajo arduo de estructuración del regionalismo, de mayor legitimidad que las instituciones democráticas. A tal punto llega esto que, dado que PODEMOS perdió en la elección para constituyentes ante el MAS, estas instituciones se han convertido en los mejores aliados del partido de Tuto Quiroga. Claro, como la gente, los mismos cruceños, identifica a PODEMOS con los partidos “tradicionales”, hay que maquillar el asunto con discurso regionalista. En las resoluciones, los paros cívicos o las posturas sospechosamente cercanas a la oposición, siempre aparece eso de “Santa Cruz dice...”, “Santa Cruz cree...”, “Santa Cruz quiere...” o cualquier cosa que, pudiendo ser el sentir verdadero de la población cruceña, en términos formales es mas bien uno de los ejemplos mas patentes del autoritarismo que desgraciadamente este país tiene en muy diversas formas. Del mismo modo a la inversa, quien amenaza al comité cívico o la clase empresarial cruceña “ataca a Santa Cruz”.
Pero el cliché no viene solo de un lado. Hace pocas semanas tuvimos que soportar el absurdo ataque del canciller Choquehuanca a la zona Sur de La Paz, zona de “ricos”. Se nota que el canciller no conoce la composición social de esa zona. Es cierto, y esto lo demuestra, que dentro del MAS confluyen varios sectores, entre los cuales existe realmente un indigenismo excluyente a ultranza, pero es minoritario.
No se puede generalizar. Tanto el pueblo paceño, como el cruceño y los de las demás regiones del país no son tan irracionales como los presentan estos señores.
La propensión a llevar el problema de clases (explotadores y explotados) a un problema regional es puramente defensivo. Si hemos perdido el país, dirán las castas reaccionarias, quedémonos con algo. El problema, repito, no es el enfrentamiento entre regiones. Esa es la apariencia que se le quiere dar a la confrontación natural desde el repliegue de la derecha neoliberal gobernante el 2002 hasta ahora. El problema es un conflicto de clase que implica un problema étnico, ya que la clase empobrecida coincide mayormente con la población indígena.
Al principio veíamos que los grandes problemas que afectaron al MNR en la época de la revolución nacional son prácticamente los mismos que vive hoy el MAS que, fuera de sus incongruencias, aún me parece la opción menos mala por el hecho de ser el punto intermedio entre una izquierda ortodoxa, una derecha antinacional o un nacionalismo indigenista radical. Esos problemas no tienen porqué derivar en fatalismos tal y como se ha ido adelantando por una y otra parte en una suerte de amenaza y deseo. El problema del MAS es que se ve interpelado por una oposición desesperada, y una descomposición interna de sus bases sociales.
Decía en otros números que el problema de una revolución no es tanto la oposición como la propia estructura interna. En el caso del MAS, como partido popular y de masas, la confluencia de varios sectores sociales con demandas de larga data han proyectado una suerte de oposición frente a sí. Como decía Fernando Untoja, el régimen político esta frente al Estado. Parece una paradoja o una imposibilidad pero es así. Los sectores más problemáticos ahora, apoyaron antes el proyecto de Evo Morales. Las muertes acaecidas en Huanuni revelan esto. Se saben a sí mismos en el poder, y quieren aprovechar ventajas particulares olvidando la necesidad de una planificación duradera. Por eso también lo desmedido de sus formas de presión. A las que ahora se suman otros sectores que incluso desde la extrema izquierda revelan eso de común en la Historia de Bolivia: “el diablo no sabe para quien trabaja”.
La solución nacionalista de izquierda más allá del partido gobernante no puede dejar de estar vigente. Recuerdo en este punto el concepto de “nación proletaria” que, a mi parecer, es una de las formas más acertadas de ver la relación de Bolivia en el contexto internacional frente a las naciones capitalistas. Recuerdo esto porque en octubre del 2003 vimos a esa nación proletaria en acción, defendiendo aquello que veía como su última oportunidad de lograr una vida digna, con más memoria histórica que aquellos que lanzan chirigotas, y con la única consigna de defender lo que más que realidad es un símbolo: el gas. Ese es el contexto que deseo recordar. Ese momento que le da sentido a esta renovación del nacionalismo. No me refiero solo a los sectores indígenas o sus descendientes urbanos, sino a la sociedad civil de gran número de sectores que respondió, aunque fugazmente, al sentido identitario más sublime: el de la Bolivianidad como hermandad y defensa del oprimido.