La racionalidad no es un privilegio moderno ni occidental, los teóricos de la descolonialidad ¿qué idea de razón tienen?
Nietzsche ya se opuso a la racionalidad moderna. Como señala Mignolo, los postmodernos se oponen a la idea de “totalidad”. Y como todos sabemos, los acólitos de la descolonialidad leyeron todas estas fuentes y sus pupilos se iniciaron en el misterio de la descolonialidad o “de-linking”, con la filosofía occidental.
Cuando uno lee a estos autores autodenominados de la “descolonialidad” como en cualquier grupo de discusión “racional”, no se pueden esgrimir argumentos en contra pues lo que señalan son un grupo de obviedades que han agrupado de un determinado modo (la idea de totalidad, en un sentido occidental, la forma de “irrealidad”, si vale el término, del discurso “modernizador”, etc.) y mesianismos (como el situarse como superación del discurso post-moderno y post-colonial, de lo analítico y lo programático,)
En estas teorías el paradigma esencial de lo occidental es la lógica capitalista.
Es un error suponer que una lógica distinta opera en los sujetos de cada cultura. La manera de ver las cosas y de enfocar los problemas puede ser distinta pero no la lógica. Si fueran distintas las estructuras de nuestro raciocinio nunca se podrían intercambiar ideas, no habría el universal “humanidad”. Cuando se habla de lógicas distintas en realidad se hace referencia a los distintos modos de codificar y decodificar la razón. En ese sentido hay que distinguir la racionalidad lógica de las racionalidades culturales.
Los recientes acontecimientos demuestran que estas teorías lejos de “des-” o “de-”, cualquier cosa que quieran con las racionalidades alternativas, están despertando maravillosamente pero dogmáticamente la imaginación de los feligreses no tan doctos en estos saberes, quienes emplean la idea ignorada, asociada a una que otra idea antropológica o arqueológica, para adaptar mitos pasados a conveniencias presentes de modo muy instrumental. Es decir, un modo de proceder, según sus propios cánones si es que fueran autocríticos, muy occidental.
viernes, 28 de octubre de 2011
sábado, 15 de octubre de 2011
Sartre, los intelectuales y los jefes
Pensaba estos días en qué es un intelectual. Evidentemente con intelectual no me refiero a esa definición filosófica que versa sobre las actividades del pensamiento, cognoscitivas o espirituales. Pensaba más bien en ese protagonista social cultivado en el siglo XX: el intelectual de izquierda. Por el contrario no podría considerar intelectual a alguien que emplea su inteligencia sabiendo, o al menos considerando, que otros humanos sufrirán consecuencias dolorosas o que, no sabiendo, la emplea por estúpidos juegos que terminan con el mismo resultado negativo; como en la moneda falsa de Baudelaire.
Paralelamente, un suceso fortuito con un troglodita me hizo considerar ciertas cosas sobre el tema, al poder perfilar mejor ese prototipo de bestia mediana que produce el sistema capitalista. El susodicho del suceso, que es un peso mosca de ese sistema, en un ataque de histeria, tuvo encontronazos con medio mundo en una ridícula actitud de “no saben quién soy yo” en el lugar donde trabajo, por una cuestión, créanme, absolutamente menor. Esa actitud trasuntaba la que debió haber visto, sufrido y admirado de y en sus propios patrones. El mismo espíritu alienado del esclavo, que teniendo la ocasión de ser libre, no piensa en liberar a los suyos sino en aprovechar cualquier ocasión para ser amo. Un espectro me invadió, y me vi impulsado a recordar “La infancia de un jefe” de Sartre. La actitud ridículamente autoritaria del troglodita de traje y corbata quizá fue también engendrada por quién sabe qué sucesos de una tremenda infancia.
Veo esa bestia mediana como el reverso del intelectual de Sartre. Jean Paul Sartre, en una entrevista para Radio-Canadá, decía: “Un intelectual aparece en el momento en que el ejercicio de este oficio hace surgir una contradicción entre las leyes de ese trabajo y las leyes de la estructura capitalista. Digamos que cuando el científico que necesariamente tiene una relación con lo universal, ya que lo que busca son las leyes, al darse cuenta que esa universalidad ya no existe en el mundo, ya que no encontramos más conceptos universales sino que, al contrario, encontramos clases opuestas que no tienen el mismo estatus ni la misma naturaleza, que el humanismo burgués que se pretende universal es en realidad un humanismo de clase, en ese momento, si encuentra esa contradicción el científico, la encuentra en sí mismo. A pesar de los conceptos burgueses que él mismo tiene por haber sido instruido y educado por los burgueses, al mismo tiempo él siente que su propio trabajo lo conduce a esa idea de universalidad que es contraria a la de los burgueses y en consecuencia, a la naturaleza de su propia constitución. Es entonces que se convierte en un intelectual.”
La bestia mediana y el intelectual son generalmente producto de la misma educación, media o alta, propia de la clase burguesa. Los dos crecen alienados por su formación. Uno “construye”, bajo la terminología capitalista, “sostiene” el sistema, un orden que a su vez produce otros como él mismo. Sujetos que, teniendo una comodidad económica relativa terminan siendo “unos pobres diablos que al creerse ricos se creen de derecha” como diría Augusto Céspedes. El otro “destruye”, es decir, critica el sistema y hace algo para resolver la contradicción que inicialmente encuentra en sí mismo y que se convierte en una lucha que tiene por fin la universalidad. El intelectual de izquierda es un subversor del orden social establecido, del orden alienante.
Paralelamente, un suceso fortuito con un troglodita me hizo considerar ciertas cosas sobre el tema, al poder perfilar mejor ese prototipo de bestia mediana que produce el sistema capitalista. El susodicho del suceso, que es un peso mosca de ese sistema, en un ataque de histeria, tuvo encontronazos con medio mundo en una ridícula actitud de “no saben quién soy yo” en el lugar donde trabajo, por una cuestión, créanme, absolutamente menor. Esa actitud trasuntaba la que debió haber visto, sufrido y admirado de y en sus propios patrones. El mismo espíritu alienado del esclavo, que teniendo la ocasión de ser libre, no piensa en liberar a los suyos sino en aprovechar cualquier ocasión para ser amo. Un espectro me invadió, y me vi impulsado a recordar “La infancia de un jefe” de Sartre. La actitud ridículamente autoritaria del troglodita de traje y corbata quizá fue también engendrada por quién sabe qué sucesos de una tremenda infancia.
Veo esa bestia mediana como el reverso del intelectual de Sartre. Jean Paul Sartre, en una entrevista para Radio-Canadá, decía: “Un intelectual aparece en el momento en que el ejercicio de este oficio hace surgir una contradicción entre las leyes de ese trabajo y las leyes de la estructura capitalista. Digamos que cuando el científico que necesariamente tiene una relación con lo universal, ya que lo que busca son las leyes, al darse cuenta que esa universalidad ya no existe en el mundo, ya que no encontramos más conceptos universales sino que, al contrario, encontramos clases opuestas que no tienen el mismo estatus ni la misma naturaleza, que el humanismo burgués que se pretende universal es en realidad un humanismo de clase, en ese momento, si encuentra esa contradicción el científico, la encuentra en sí mismo. A pesar de los conceptos burgueses que él mismo tiene por haber sido instruido y educado por los burgueses, al mismo tiempo él siente que su propio trabajo lo conduce a esa idea de universalidad que es contraria a la de los burgueses y en consecuencia, a la naturaleza de su propia constitución. Es entonces que se convierte en un intelectual.”
La bestia mediana y el intelectual son generalmente producto de la misma educación, media o alta, propia de la clase burguesa. Los dos crecen alienados por su formación. Uno “construye”, bajo la terminología capitalista, “sostiene” el sistema, un orden que a su vez produce otros como él mismo. Sujetos que, teniendo una comodidad económica relativa terminan siendo “unos pobres diablos que al creerse ricos se creen de derecha” como diría Augusto Céspedes. El otro “destruye”, es decir, critica el sistema y hace algo para resolver la contradicción que inicialmente encuentra en sí mismo y que se convierte en una lucha que tiene por fin la universalidad. El intelectual de izquierda es un subversor del orden social establecido, del orden alienante.
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